Para los artistas que nos dedicamos a una actividad que implica un acto creador, la inspiración es necesaria si la obra que el artista está gestando es realmente un acto creativo sincero, de principio a fin, y cuando hablo de obra, no me refiero a esos trabajos artesanales, que aunque pueden tener una fase de diseño inicial, uno los hace en grandes cantidades, como churros, sin altibajos y, podemos decir que, sin necesidad de inspiración.
En mi caso, la inspiración y las ideas de las que surgen mis creaciones artísticas son origen de un estado de consciencia casi místico que me ayuda a captar el movimiento interno de las cosas, el ritmo del universo. No puedo crear una obra que sea realmente sincera si estoy desconectada de mi realidad interior. La fragilidad de este estado mental es tan elevada que he vivido etapas en las que he estado muy inspirada, mientras he sufrido dias, meses, años,... incluso, en los que creía que todo se había acabado, que no podría volver a crear nada más,... como si mi musa, se hubiera esfumado... por suerte, todo volvió a la normalidad. Para comprender mejor este delicado proceso, que siempre me ha fascinado, me gustaría compartir con vosotros la metáfora de la maravillosa escritora Virginia Woolf en “Una habitación propia” que expresa de forma increíble un momento de inspiración: "Me hallaba yo, pues (...), sentada a orillas de un río, hará cosa de una o dos semanas, un bello día de octubre, perdida en mis pensamientos. Este collar que me habíais atado, las mujeres y la novela, la necesidad de llegar a una conclusión sobre una cuestión que levanta toda clase de prejuicios y pasiones, me hacía bajar la cabeza. A derecha e izquierda, unos arbustos de no sé qué, dorados y carmesíes, ardían con el color, hasta parecían despedir el calor del fuego. En la otra orilla, los sauces sollozaban en una lamentación perpetua, el cabello desparramado sobre los hombros. El río reflejaba lo que le placía de cielo, puente y arbusto ardiente y cuando el estudiante en su bote de remos hubo cruzado los reflejos, volviéronse a cerrar tras él, completamente, como si nunca hubiera existido. Uno hubiera podido permanecer allí sentado horas y horas, perdido en sus pensamientos. El pensamiento -para darle un nombre más noble del que merecía- había hundido su caña en el río. Oscilaba, minuto tras minuto, de aquí para allá, entre los reflejos y las hierbas, subiendo y bajando con el agua, hasta -ya conocéis el pequeño tirón- la súbita conglomeración de una idea en la punta de la caña; y luego el prudente tirar de ella y el tenderla cuidadosamente en la hierba. Pero, tendido en la hierba, qué pequeño, qué insignificante parecía este pensamiento mío; la clase de pez que un buen pescador vuelve a meter en el agua para que engorde y algun día valga la pena cocinarlo y comerlo.(...) Pero, por pequeño que fuera, no dejaba de tener la misteriosa propiedad característica de su especie: devuelto a la mente, en seguida se volvió muy emocionante e importante; y al brincar y caer, y chispear de un lado a otro, levantaba tales remolinos y tal tumulto de ideas que era imposible permanecer sentado. (...)"
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Septiembre 2024
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